Comentario
De la guerra que los indios hicieron en el camino a Felipe de Cáceres y su compañía
Puesto en marcha Felipe de Cáceres con buen orden hacia el río Paraguay, no le sucedió cosa adversa con los indios de aquellos llanos, y llegó hasta sus cercanías, sin ninguna pesadumbre, hasta que estando como tres jornadas del puerto, una tarde encontraron con ocho indios con sus familias que venían de la otra parte del río a visitar a los de ésta, que todos eran de una nación y parientes, y esta noche unos soldados registraron la ropa que traían, y entre ella hallaron en un cesto un puño de daga de plata dorada, que luego se conoció haber sido del mensajero Jacome, con que al instante se sospechó el mal suceso, y para averiguarlo, se llamaron a los indios, a quienes fue preguntado, de donde habían sacado aquel puño, sobre que variamente respondieron, de que resultó poner a uno de ellos en cuestión de tormento, en que confesó todo lo que había pasado, y como a Jacome le habían muerto en el pueblo de Anguaguasú y que sus habitadores con todos los de la tierra estaban resueltos a dar una cruel guerra a los españoles, y no dejarlos pasar; esta noticia causó bastante turbación en el Real.
Habiendo llegado al pasaje del río, fueron luego metidos de los indios Payaguáes y Guayarapos, porque acaeció que, habiendo el General enviado en dos canoas pequeñas a seis soldados a sacar de una laguna ciertas barcas y canoas que habían dejado hundidas para su vuelta, los asaltaron y prendieron los Payaguaes, que con su acostumbrada malicia habían visto en las bajas del río aquellas embarcaciones, con que creyeron tener en ellas cebo para conseguir sus malditos intentos, cuando los nuestros fuesen a sacarlas. Así fue que luego que llegó nuestra tropa, salió cantidad de canoas a ponerse a la vista de nuestro Real con gente de guerra, encubriéndose con ramas y yerbasales de la vega del río: así estuvieron esperando a que fuesen los nuestros a sacar las embarcaciones que allí estaban debajo del agua. De los seis soldados que cogieron cautivos, se rescataron tres, y los otros tres fueron llevados a los pueblos de Payaguaes, quienes no los quisieron dar a precio alguno, hasta que vinieron a pedir una trompeta de plata, que traía el General con otras preseas y ropa de color, de que hacen grande aprecio, con que fueron rescatados: y sacadas las embarcaciones de donde estaban sumergidas, mandó luego el General pasar a la otra banda veinte arcabuceros para señorearse del paso, y hecho con diligencia, fueron atravesando con buen orden, hasta que pusieron de la otra parte todo el tren, caballos y vacas y yeguas que traían. Al tercer día que caminaron del puerto, llegaron al primer pueblo de la comarca de Itatin, el que hallaron sin gente por haberse retirado sus habitadores y con ánimo de poner en efecto sus depravados intentos. Y pasando adelante hacia el pueblo principal de la comarca, sintieron los nuestros en un bosque rumor de mucha gente, que estaba allí de celada, con que todos fueron marchando muy alerta puestos en orden; y cerrados en cinco columnas o mangas como a las diez del día acometieron los indios a nuestra vanguardia que iba mandada del General, y luego inmediatamente asaltaron a los demás del batallón hasta retaguardia, hiriendo a los nuestros con tanta furia que pareció imposible resistir; mas, esforzándose los españoles con tan indecible brío a pie y a caballo, causaron mucha mortandad en los indios enemigos, aunque en mucho rato no se pudo conocer ventaja: el Obispo y demás religiosos exhortaron a los soldados, animándolos con la moderación y eficacia que les prometía su estado en circunstancia de tanto aprieto, con que los nuestros poco a poco fueron ganando tierra: y viendo esta ventaja, se empeñaron de tal modo los nuestros, que dentro de poco tiempo se pusieron en fuga los infieles en lo más ardiente de la pelea, cosa que causó gran novedad en nuestra gente. Después de pasada la refriega se supo que habían los indios huido por no haber podido sufrir el valor y esfuerzo de un valerosísimo caballero, que lleno de resplandores los lanceaba, con tanta velocidad que parecía un rayo. Creyóse piadosamente que fuese el Apóstol Santiago o el bienaventurado San Blas, patrón de aquella tierra: sea cual fuese, lo cierto es que aquel gran beneficio vino de la misericordiosa mano del Altísimo, que no quiso que pereciese aquel buen Pastor con su rebaño, pues permitió el vencimiento de más de diez mil indios en tan ventajoso sitio. Esto sucedió el 12 de diciembre del año 1568. De allí adelante continuaron los indios sus asaltos y celadas, aunque siempre fueron desairados sus discursos, porque salieron siempre vencidos. Llegó al fin la armada a la costa del río Jejuí, que dista de la Asunción treinta y tantas leguas, a donde salieron a recibirlos algunos indios de paz. Desde este paraje dieron aviso a la ciudad, pidiendo enviasen algunas embarcaciones para bajar con más comodidad, como se ejecutó, echando por tierra la gente más ligera con los ganados hasta llegar a su destino. El Capitán Juan de Ortega con los demás caballeros de la República salieron a recibir al Obispo con mucho aplauso, y lo mismo al General, aunque entrambos iban discordes, si bien que por entonces lo disimularon, hasta que después con el tiempo vinieron a manifestar su enemistad. Luego que llegó el General, aún sin quitarse las armas de que iba vestido, ni tomar descanso, mandó convocar a cabildo, y se recibió al uso y ejercicio de su empleo, quedando por entonces en pacífica posesión del gobierno: esto pasó a la entrada del año de 1569: nombró por su Teniente General a Martín Suárez de Toledo, y por Alguacil mayor de la provincia al Capitán Pedro de la Puente, acudiendo en todo lo demás a lo que convenía al Real servicio y bien de la República.